viernes, 20 de marzo de 2009

¿Cómo podemos tener la seguridad de que iremos al cielo?

Las encuestas indican que por cada norteamericano que cree que va a ir al infierno, hay 120 que creen que van a ir al cielo.
Este optimismo se destaca en contraste total a las palabras de Cristo en Mateo 7:13-14:
Entren por la puerta estrecha. Porque es ancha la puerta y espacioso el camino que conduce a la destrucción, y muchos entran por ella. Pero estrecha es la puerta y angosto el camino que conduce a la vida, y son pocos los que la encuentran”.
Así que el cielo no es nuestro destino automático. Nadie va allí automáticamente. A menos que nuestro problema del pecado sea resuelto, hay un solo lugar al que iremos como nuestro destino automático… el infierno.
En la Biblia, Jesús dice más que nadie sobre el infierno. Mateo 10:28: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno.”

Mateo 13:40-42: Por tanto, así como la cizaña se recoge y se quema en el fuego, de la misma manera será en el fin del mundo. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que son piedra de tropiezo y a los que hacen iniquidad; y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes.

Marcos 9: 43-44: Y si tu mano te es ocasión de pecar, córtala; te es mejor entrar en la vida manco, que teniendo las dos manos ir al infierno, al fuego inextinguible, donde EL GUSANO DE ELLOS NO MUERE, Y EL FUEGO NO SE APAGA.

Se refiere al infierno como un lugar y lo describe en términos gráficos, incluyendo fuegos ardientes y el gusano que no muere. Cristo dice que “a los súbditos del reino se les echará afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y rechinar de dientes”. Mateo 8:12.
¿Es posible saber de cierto que iremos al cielo? El apóstol Juan dijo: “Les escribo estas cosas a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna” (1Juan 5:13).
Podemos saber con seguridad que iremos al cielo cuando muramos.
¿Tiene usted esa seguridad? Si no la tiene, por favor lea cuidadosamente el final de este texto. Puede ser lo más importante que leerá jamás. (¿Qué podría ser más importante para usted que considerar si irá al cielo o al infierno?).
Pecar es estar destituidos de las normas santas de Dios. El pecado fue lo que hizo que se terminara el paraíso del Edén. Y todos nosotros, al igual que Adán y Eva, somos pecadores. Usted es pecador. “Todos han pecado y están destituidos de la Gloria de Dios” (Romanos 3:23). El pecado nos separa de una relación con Dios.

“Pero vuestras iniquidades han hecho separación entre vosotros y vuestro Dios,
y vuestros pecados le han hecho esconder su rostro de vosotros para no escucharos.” Isaías 59:2.

Hay una gran brecha entre nosotros y Dios y nada hay que podamos hacer para atravesarla. El pecado nos engaña y nos hace pensar que lo malo es bueno y que lo bueno es malo.

“Hay camino que al hombre le parece derecho,
pero al final, es camino de muerte.” Proverbios 14:12.

Nos hace imaginar que estamos bien cuando no lo estamos.
El pecado tiene consecuencias, pero Dios ha provisto una solución para nuestro pecado: “Por que la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:23). Jesucristo, el hijo de Dios, nos amó tanto que se hizo hombre para librarnos de nuestros pecados (Juan 3:16). Él vino para identificarse con nosotros en nuestra humanidad y nuestra debilidad, pero lo hizo sin ser manchado por nuestro pecado, el engaño de nosotros mismos, y nuestras fallas morales.

“Por tanto, tenía que ser hecho semejante a sus hermanos en todo, a fin de que llegara a ser un misericordioso y fiel sumo sacerdote en las cosas que a Dios atañen, para hacer propiciación por los pecados del pueblo. Pues por cuanto El mismo fue tentado en el sufrimiento, es poderoso para socorrer a los que son tentados.” Hebreos 2:17-18.

“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado.
Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna.” Hebreos 4:15-16.

Cristo murió en la cruz como el único justo que podía pagar la penalidad por nuestros pecados que demandaba la santidad de Dios.

“Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en El.” 2 Corintios 5:21.

En la cruz Él asumió el infierno que merecemos para ganar para nosotros el cielo que no merecemos.
Jesucristo se levanto de la tumba venciendo al pecado y conquistando la muerte. “Porque yo os entregué en primer lugar lo mismo que recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”. 1 Corintios 15:3-4.

“Pero cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: DEVORADA HA SIDO LA MUERTE en victoria. ¿DONDE ESTA, OH MUERTE, TU VICTORIA? ¿DONDE, OH SEPULCRO, TU AGUIJON? El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley; pero a Dios gracias, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.” 2 Corintios 15: 54-57.

Cuando Cristo murió en la cruz por nosotros, dijo: “Consumado es” (Juan 19:30). La palabra griega que se tradujo “consumado” se escribía comúnmente sobre los certificados de deuda cuando eran cancelados.
Quería decir “pagado por completo”.
Cristo murió para que el certificado de deuda, que consiste en todos nuestros pecados, pudiera ser marcado de una vez por todas, “pagado por completo”.
Solo cuando Cristo se hace cargo de nuestros pecados podemos entrar al cielo.
No podemos pagar nuestra propia entrada. Jesús dijo: “Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). “En ningún otro hay salvación [sino Jesús], porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
La muerte de Cristo en la cruz, y su resurrección, es el puente que cruza el abismo que nos separa de Dios. Debido a la expiación de nuestros pecados por Cristo, Dios nos ofrece libremente el perdón: “No nos trata conforme a nuestros pecados ni nos paga según nuestras maldades. Tan grande es su amor por los que le temen como alto es el cielo sobre la tierra. Tan lejos de nosotros echo nuestras transgresiones como lejos del oriente esta el occidente” Salmo 103:10-12.
Para ser perdonados debemos reconocer y arrepentirnos de nuestros pecados. “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonara y nos limpiara de toda maldad” (1Juan 1:9).
Cristo les ofrece a todas las personas el don del perdón, la salvación y la vida eterna: “El que tenga sed, venga; y el que quiera tome gratuitamente del agua de la vida”. (Apocalipsis 22:17).
No hay ninguna obra de justicia que nosotros podamos hacer que nos obtenga un lugar en el cielo (Tito 3:5). Venimos a Cristo con las manos vacías. No podemos tomar ningún reconocimiento por la salvación: “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte” (Efesios 2:8-9).
Este regalo no puede ser ganado o logrado. No depende de nuestro merito o esfuerzos, sino solamente en el generoso sacrificio de Cristo por nosotros.
Ahora es el momento para arreglar las cosas con Dios. Confiese sus pecados y acepte el sacrificio que Jesucristo hizo en su nombre.
Usted ha sido creado para una persona y un lugar. Jesús es la persona y el cielo es el lugar. Los dos forman un paquete-vienen juntos. No puede llegar al cielo sin Jesús, o a Jesús sin el cielo.
“Busquen al Señor mientras se deje encontrar, llámenlo mientras esté cercano” (Isaías 55:6). Si usted acude a Cristo para que lo salve, tendrá toda la eternidad, en el nuevo cielo y en la nueva tierra, para estar gozoso de que lo hizo.




Fuente: El Cielo - Randy Alcorn

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